A veces es complicado centrarse en una sola cosa, detener el tiempo, poner todos los sentidos al servicio de aquello que está sucediendo en el momento presente. Conseguir la atención plena no es una misión fácil.
A menudo nuestra mente juega al despiste volviendo del pasado al futuro, haciendo cábalas, divagando entre opciones, tejiendo posibilidades…en esos momentos, aunque el presente sea un punto de referencia, lo cierto es que pasa un poco desapercibido. A eso me refiero cuando digo que “hacemos las cosas por hacer”. Está claro que todo lo que hacemos persigue un objetivo, tiene una intencionalidad y una naturaleza lógica (al menos para el sujeto que lo hace) pero es cierto que a veces nos olvidamos de lo que implica “patear” el camino cegados por llegar a la meta cuanto antes. Es como si el tiempo fuera un enemigo y debiéramos desafiarlo constantemente.
Y desde luego, es mucho más dificil conseguir la atención plena actualmente que en épocas pasadas. Sí. Porque aunque yo no viví en los tiempos de mis antepasados, no hace falta ser muy listo para darse cuenta de que la inmediatez con la que vivimos hoy en día y las interferencias multimedia, audiovisuales y sociales, a las que estamos expuestos a cada instante, obstaculizan enormemente la concentración, no digamos ya la concentracion plena…
En la época de mis abuelos estoy segura de que se lo tomaban todo con muchísima más calma y más paciencia de lo que lo hacemos ahora. Cada cosa tenía su momento, su esfuerzo centralizado y todos lo asumían así. No se trata de ensalzar el pasado sino de hacer un esfuerzo por visualizar otros modos de percibir nuestro instante a instante, nuestro día a día, nuestra vida, porque quizá de ello tengamos algo bueno que aprender.
EJERCICIO Nº 2
Pienso que no hay modo alguno de detenerse a “respirar” sin tiempo para hacerlo. Por eso, el ejercicio que os propuse en el post anterior era preparatorio y tan importante. Si en nuestra lista de tareas hay demasiadas, es muy probable que pensemos más en el hecho de hacerlas rápidamente una a una, que en vivenciar cada una de ellas con atención plena. Más bien con prisa plena.
Una vez hecho el ejercicio anterior vamos a hacer un nuevo ejercicio. Se trata de detener las prisas. Sí, detenerlas, porque todos sabemos que hay algo intrínseco a la sociedad actual que nos impone ciertas prisas internas, incluso hablando de experiencias vitales. Vamos a intentar pararlas. Vuélvete lento. ¿Qué problema hay?, ¿Que en vez de hacer 30 cosas al día harás 20? Pues probablemente habrás percibido mucho mejor esas 20 y te habrán enriquecido mucho más que si hubieras hecho 30. Quédate con eso.
¿Y qué hay que hacer para detener las prisas? Simplemente querer no tenerlas. Cuando percibas que están empezando a salir, cálmate, y ponte en modo lento. En serio, no hay nada mejor que ser consciente de los procesos internos que dirigen nuestras conductas para modificarlos. Este ejercicio es muy sencillo, si se quiere.
Si al principio no lo consigues será porque realmente dentro de tí no quieres dejar de tener prisas porque sigues tomando de referencia otro centro que no es el tuyo. Piénsalo.
Haz este ejercico y contempla cómo es posible tomarte el lujo de realizar las tareas con más calma, dándote tiempo a percibir con todos tus sentidos lo que estás haciendo e incluso ¡disfrutarlo! y no menos importante, tal vez puedas despistar a uno de los cansinos de nuestro tiempo, el estrés…
¿Qué, merece la pena intentarlo o no? Pero…. ¡de verdad!
Seguimos en modo Mindfulness On.