Como ya confesé en la primera parte que esta es mi propia historia, podemos continuar sin más preámbulo porque fumar, tomar pastillas e internarme en una clínica no es lo único estupidísimo que hice. Hay más que me hace reir, por no llorar, cuando miro atrás.
La adivina
En cierta época de mi vida, que habrá durado unas tres décadas, cada vez que yo tenía que pedir un deseo, por ejemplo soplando las velitas del pastel de cumpleaños, o pasando bajo un puente mientras cruzaba el tren, o cuando mirás el reloj y ves los palitos 11:11 (¿supersticiosa, yo?), absolutamente siempre sin excepción, pedía “adelgazar”.
Estaba obsesionada, era lo primero que pensaba cuando me levantaba cada mañana (“¿cumpliré con la dieta hoy?”) y lo último que pensaba cuando me iba a dormir cada noche (“¿cumpliré con la dieta mañana, después de haberla cagado reverendamente hoy?”).
Recuerdo que una vez fui a ver una adivina, una medium que tocaba tu nombre escrito en un papel y tenía visiones. ¿Qué pude haberle preguntado? “Conseguiré alguna vez adelgazar”. Es que lo mío eran realmente las soluciones mágicas…
Lo que me respondió no es ni interesante, ni original: la sabia pitonisa dijo que conseguiría bajar pero no sola, sino con ayuda de un médico. Me pregunto si quizás ella no vió un carajo y me mandó lo primero que se le ocurrió, o si realmente predijo lo del médico trucho que me recetó esas pastillas nefastas, o si yo busqué al médico después de la predicción y así tuve mi profecía autocumplida.
Qué complicado, y al final no importa, porque la moraleja de la historia es a quién se le ocurre ir a una adivina para pedirle consejos de dietas. Tenés que estar o muy desesperada, o muy al pedo. En mi caso se dieron las dos condiciones.
Crudivegana
Le damos fast forward unos años hasta cuando yo ya vivía en Europa, tenía treinta y pico, y seguía desesperada por adelgazar. Por ese entonces Google ya existía, y busca que te busca descubrí el crudiveganismo. Tendrías que ver a esas mujeres y sus fotos de antes y después: se veían más delgadas, más jóvenes, más hermosas, con la piel que brillaba como iluminada por dentro… ¿sería el crudiveganismo, o el photoshop?
Yo tenía que averiguarlo, para eso invertí cientos de Euros en libros que todavía tengo por ahí juntando polvo, y una vez que me armé de suficiente información me dispuse a unirme al movimiento crudivegano. Esto que te cuento ocurrió hace 10 años, antes de Facebook, Twitter e Instagram, para “unirme” me inscribí en un foro que había por ahí, feliz con mi nombre de usuario Rawla (“raw” = crudo en inglés, ¿se entiende?).
Y como no hago nada a medias, por el foro encontré una tienda especializada así que me pedí el día de vacaciones, tomé tres trenes, y llegué después de 5 horas para aprovisionarme de todo lo que necesitaba.
Valió la pena, no solamente porque compré los ingredientes esenciales (por ejemplo pasta de sésamo prensada a crudo, no la del supermercado que sale de sésamo tostado, no confundir), los aparatos imprescindibles (germinador de semillas, exprimidor de wheatgrass), sino porque la vendedora de la tienda, después de conversar un rato y mencionar el foro, me preguntó “¿tú eres Rawla?”… chicas, me reconoció, qué emoción, yo ya pertenecía.
Eso fue un jueves, por supuesto al regresar a casa me comí todo porque me tenía que despedir de la alimentación tradicional, al día siguiente me volvería crudivegana.
Ese viernes me la pasé comiendo bananas con pasta de sésamo, nueces y cacao crudo, la única de las recetas que me sacaba el hambre, porque lo de las verduritas crudas solamente no me iba.
El sábado seguí con el mismo plan, y comí extra porque íbamos al cumpleaños de una amiga y allí no debería tentarme con nada. Nunca olvidaré esa fiesta de mi amiga Nata en Bruselas: las primeras dos horas fueron bien, yo contaba con orgullo que me había hecho crudivegana. Al rato me empezó a dar hambre y me comí una plantita de rúcula que estaba en la ventana. Al rato me pasó el guacamole por delante y ataqué los nachos como si se me fuera en ello la vida. Nunca más entré al foro.
Yo no digo que el crudiveganismo sea una estupidez, pero mi forma de encararlo definitivamente lo fue, y todavía me arrepiento del dinero que gasté en aquel intento fallido.
Han pasado muchos años y ahora admito que no creo nunca estaré dispuesta a abandonar los quesos y los embutidos, pero me gusta mucho de vez en cuando ir a los restaurantes crudiveganos; adoro este tipo de comida cuando está bien hecha, con amor y arte. Hasta hice un taller y aprendí praparar una torta de frambuesas que está de puta madre: lleva un millón de calorías en dátiles y castañas de cajú, pero yo me creo que es sanísima.
¿Y si me opero?
Espejito, espejito, quién es la más gorda de la oficina… en mi trabajo era una canadiense llamada Jane, que me ganaba por un par de kilos. Hasta que se fue, y no me gustó nada quedarme con la corona.
Pasaron los meses y un día pasó a saludar, podés creerlo, estaba mucho más flaca. Me contó feliz que se había sometido a una cirugía de esas de bypass gástrico, y que le había ido genial, que no tenía hambre, que con dos bocaditos ya se llenaba, que estaba adelgazando a lo loco.
Lo que más me interesó de su historia es que ella inicialmente no era lo suficientemente gorda como para ser candidata a la operación, y tuvo que ponerse a comer extra para completar los 4 o 5 kilitos que le faltaban.
A mí me parecía un plan genial: apenas se fue Jane yo ya estaba haciendo la lista de todas las delicias que me comería para engordar lo que me faltaba, y después todos mis problemas se resolverían con la cirugía.
Pero había un inconveniente… yo quería quedarme embarazada, y quería que mi cuerpo estuviera en la mejor condición posible. En único curso de acción yo intuía que era adelgazar de manera sana y natural, y nunca llegué a explorar a fondo la cirugía.
No tengo nada contra esta operación, me parece una alternativa válida para las personas que lo necesitan y me alegro por Jane y por todos a los que le fue muy bien. En mi caso, después de pensarlo un poquito, no sentí que fuera lo adecuado para mí, y continué en la lucha por varios años más.
Revivir estas anécdotas me resulta agridulce, por un lado recuerdo el dolor que sentía en mi desesperación por sanar mi cuerpo y mi vida, pero por otro me doy cuenta de que era mi camino y tenía que recorrerlo, y si no fuera por todos esos intentos fallidos no habría llegado a donde estoy hoy.
Y estoy en un buen lugar… el viernes pasado fue mi cumpleaños y en el momento de pedir los tres deseos soplando la velita, “adelgazar” ya no fue uno de ellos. Una vez que empecé a quererme como soy, y a dejar de lado la obsesión por cambiar mi cuerpo con dietas y tratamiento, tengo más dinero, energía y tiempo disponibles. Y otros deseos para pedir cuando son las 11:11.
Cuanto más escribo más me voy acordando, la próxima semana sigo contándote sobre mis incursiones en la macrobiótica, el ayurveda, y los colónicos.
Dejame comentarios contando qué locuras hiciste en el pasado para adelgazar…