Llevo años perchando. Perchando, desperchando, poniendo alarmas, quitándolas, vistiendo maniquíes, desvistiéndolos, barriendo probadores, ordenando almacenes, adelgazando a kilo por segundo, rezando entre dientes, riendo y callando. Siete años forjando una personalidad “de cara al público”. Modelando arcilla, limando esquinas y durezas. Poniendo sombras, coloretes y máscaras (no solo de pestañas). Tratando con miles de clases de personas, con cientos de estados de ánimo, decenas de muecas y varias miradas sinceras (por poner una cifra).
Sonriendo (que es gerundio), que creo que es lo más sensato que he aprendido a hacer.
Cuando tratas con gente, la empatía es fundamental. Saber llegar sin pasarse, o pasarse sin llegar. Medir con centímetros, mejor con milímetros, las palabras. Quizás por eso las tengo en un pedestal y las cuido tanto, igual son gajes del oficio, un defecto profesional, que no de fábrica. Aprendes que las primeras impresiones valen más que una chaqueta de cuero, que la amabilidad es la llave que te abre todas las puertas, y que oír sin escuchar es un lujazo.
Después de todo este tiempo observando comportamientos, analizando preguntas y pensando en (buenas) respuestas, tengo algunas conclusiones y varias teorías absurdas. Y para establecer un orden, voy a resumiros un poco las costumbres de los principales grupos de clientas, como si de un documental de la2 se tratase, a ver si podemos empezar a entender(nos).
En primer lugar, están las clientas “me lo reservas?” Hablan por sus manos libres cual celebrity, andan rápido pero lo ojean todo, hacen ver que están muy ocupadas y que tienen mucha prisa. Se cuelan entre la gente y te interrumpen en caja con su “me lo reservas? Tengo mucha prisa, no me puedo esperar a la cola!” Mientras ves que no es prisa lo que tienen, no no, es el complejo celebrity, porque la prisa, amigas mías, no se arregla perdiendo media hora en una tienda tras hacer una reserva. En este grupo también entran las “señoras de…”, señoras que en lugar de darte su nombre para hacer la reserva, te dicen de forma repipi “guárdamelo a nombre de Señora de (tal)…” Mientras una oleada de casposidad invade el recinto y se oye de fondo a esas mujeres que lucharon por un nombre propio en mayúsculas y negrita, tirarse de los pelos.
Luego está la clienta narradora, la que para pedirte una talla, te hace una introducción modo sinopsis de película: “Pues verás, es que el otro día quedé con las vecinas, y le vi a mi amiga Pepa LOS pantalones, sí, esos, los de los rotos, esos que son así…como te diría yo…estrechos, azules…” Y ahí es cuando tú dices…”pero sabe lo que valen, o de qué sección pueden ser? O podría tener una foto, o la referencia?” Y la señora responde, encogida de hombros “Puuuuuffffffff” como si le hubieras pedido su número pin o que te dijera la tabla periódica de principio a fin, mientras tu, con un sentimiento encontrado entre resignación y resignación, empiezas a visualizar mentalmente a la vez los treinta (o cincuenta) modelos que podrían ser.
También tenemos el grupo de las clientas que perchan del revés. Son las absolutas reinas del mambo. Mis favoritas. Mi madre está entre ellas. Me llena de fascinación la forma de tienen de complicar lo sencillo. Descolgar percha, colgar percha, fácil, eh? Pues no. Las clientas de este grupo, descuelgan la percha, pero luego tienen serias dificultades para volverla a poner tal cual estaba. ¿Solución? Meterla del revés o empezar a girar el gancho hasta que “cuadra” otra vez y se cuelga. Nunca lo entenderé. Creo que merece un estudio. Le preguntaré a mi madre, a ver si saco más conclusiones.
Por otra parte, otra de mis principales inquietudes es porqué las pre-adolescentes-adolescentes que compran con sus madres, me miran tan fijamente cuando les estoy cobrando. Es aterrador. No sé si es porque llevo babita en las comisuras, porque se me ha quedado mal distribuído el maquillaje, o porque un moco me asoma por la nariz. O tal vez porque mi cara de estrés, mezclada con el aspecto bondadoso-bobalicón les causa impresión. No lo sé, la verdad. Pero me inquieta. Igual piensan…madre de dios! No quiero acabar como ella, menuda cara de loca! Bueno, sería una opción. Ah! Se me olvidaba! En estos casos, la madre en cuestión, suele jugar el papel de la clienta “eternamente cansada”, la que le dice a su hija, mientras ve como vas de culo a mil por hora, sudando gotas de sangre por intentar que baje la cola “ay nena, qué cansada estoy…uuuuffff”. Grrrr.
Luego tenemos a las del club de “no sé combinar”. Entiendo que hay prendas como el Crop-Top o la falda midi, que son un poco complicadas de llevar y conjuntar, pero si alguien no sabe con qué ponerse unos vaqueros, creo que tiene serios problemas. “¿Y con qué conjuntáis esto?”…Silencio incómodo…”Pues depende para qué lo quieras usar, lo quieres para ir de sport o para vestir?” (vaya absurdez, si son unos puñeteros vaqueros! No querrá irse de boda con ellos, no te jode!) Y de verdad que te sientes estúpida haciendo preguntas así, pero lo cierto es que a veces, una no sabe para donde tirar. Y te tiras diez minutos buscando camisetas y camisas, para que se vean el efecto, más perdida que nadie en tu propia tienda, pensando en qué momento has empezado a dar vueltas como una tonta buscando algo para unos simples vaqueros.
Y por último tenemos al grupo cada vez más extenso (para nuestra absoluta felicidad). Se trata de la clienta “facilísimo”. Te lo pone todo fácil, desde la sonrisa inicial hasta que se van por la puerta. Va con su Ipod o su móvil supersónico con toda la información que necesitas para ir ultrarrápido y encontrar lo que quiere. Es maja, moderna y amable. Sabe lo que quiere y va a por ello.
Suelen ser jóvenes asiduas de blogs y revistas, y del cibermundo en general. Saben que la moda, no tiene porqué ser un lujo.
Y ahora os preguntaréis el motivo de tanto análisis, pues bien, veréis, veo a muchas personas a diario, muchas. Ninguna igual a la anterior, pero todas parecidas entre sí. Todas buscando ropa, nuevas prendas para sentirse guapas, aceptadas y conformes consigo mismas. Buscando parecerse a esa actriz que han visto en la tele, o a la modelo de turno del cartel publicitario. Buscando la aprobación del espejo y de la sociedad, y muy a mi pesar, de los hombres en muchas ocasiones. ¿Justicia o injusticia? No seré yo quien lo diga.
¿Sabéis qué? A mí, poco amiga de agrupar y de etiquetar, deberían importarme poco las diferencias entre unas clientas y otras, si unas conocen la mecánica de la percha, si otras saben con qué ponerse los pantalones o si algunas me cuentan su vida entera. Me da igual si unas son más simpáticas o más secas, si unas se hacen llamar por su nombre, por su mote, o por el apellido de su marido. Me da igual si me miran fijamente porque llevo un moco pegado o porque piensan que soy mona o rápida (o las dos cosas, mejor dicho, las TRES cosas). Poco me importa todo esto, porque si algo he aprendido en estos años, es que existe algo que hace que todas esas diferencias entre nosotras desaparezcan.
Existe algo que todas tenemos en común, algo que debería unirnos y no separarnos.
Sí, amigas, empiezan hoy, y se llaman…(redoble de tambores)…
¡REBAJAS!
Sálvese quien pueda.
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Imágenes obtenidas de Pinterest.
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