Hace ya casi 8 años que entrevisté por primera vez a Valentí Mongay, representante en el Garraf (Barcelona) del movimiento Slow food. Su discurso me fascinó por obvio pero a la vez por innovador (al menos en ese momento).
Obvio porque para una persona como yo que me he criado en un pequeño pueblo, aunque muy cercano a una gran ciudad como es Barcelona, que hasta los 8 años bebí leche de vaca o recogí los huevos de las gallinas con mi abuela, el hecho de que me dijeran que había que consumir los productos de proximidad, aquellos que los "pageses" de nuestro entorno están cultivando en los huertos cercanos, no me parecía nada estrambótico... pero a la vez su discurso era del todo innovador porque nos animaba a comprar y consumir aquellos productos que sólo son de temporada y a los que se les ha respetado su tiempo de cultivo...
Hace unas semanas tuve la oportunidad de volver a asistir a una de sus interesantes conferencias. Después de 10 años difundiendo la filosofía de Slow food, Valentí Mongay me explicaba con orgullo que su discurso ya no es tan innovador y que hay cada vez más personas concienciadas de la importancia de consumir productos de proximidad, de temporada. Hoy en día son más los jóvenes que se están dedicando a cultivar la tierra y que están creando cosa realmente grandes, como cultivar variedades que se están perdiendo, guardando los granos originarios de aquella zona específica para que no se pierdan, cultivando de forma ecológica y respetando la biodiversidad... A pesar de todo, apunta, hay todavía mucho trabajo por delante, muchísimo!
Para el movimiento Slow food todavía es muy prioritario mejorar la calidad de los alimentos, dedicar más tiempo a disfrutarlos y degustarlos, porque según las palabras de Valentí Mongay "nuestra sociedad está vaciando el significado de las palabras y en muchas ocasiones hasta las está prostituyendo! palabras como artesano, casero... están en muchísimos productos que está produciendo la industria: magdalenas artesanas, caldo casero..." Y estas magdalenas ni son artesanas porque se venden en unas bolsas en el supermercado, ni la sopa es casera porque se vende por litros con muchos productos químicos que ayudan a que se pueda consumir en días posteriores...
Mongay se lamenta de la gran distancia que hoy se ha establecido entre el productor y el consumidor. Por un lado el agricultor que está trabajando para la agroindustria, un sector que está haciendo muchísimo daño a la tierra, y por otro lado el consumidor que ha ido perdiendo información de muchos tipos. "Para empezar, la cajera del supermercado no nos va a poder informar nada de aquel queso que compramos, de las lechugas que van en las bolsas..." nos cuenta el cocinero y representante de Slow Food. Cuando le menciono la problemática del precio y del hándicap que puede suponer que el precio de los productos del supermercado sea mucho más económico que el que compramos al elaborador, Valentí me contesta que "en este aspecto también se ha perdido información. El consumidor no conoce el proceso que hay detrás del producto que está comprando, no sabe lo que cuesta su elaboración, ni del esfuerzo, como tampoco es realmente consciente del daño que se está haciendo al ecosistema cuando consumimos de forma exagerada algo como la soja o el maíz, productos tan de moda hoy en día y que están empezando a hacer mucho daño en América de Sur al reservar inmensas plantaciones al cultivo masivo de estos productos que hoy se están utilizando en muchísimos productos como en la mayoría de las latas, zumos, etc."
Sin embargo Valentí Mongay me apunta otro tipo de hándicap, mucho mas allá del aspecto económico, y es el tiempo. En la época en la que nos ha tocado vivir, el tiempo es un recurso muy escaso. El consumidor quiere comer tomates en invierno y naranjas en verano y esto es antinatural. Y en este aspecto el consumidor, además de mucha información como antes se ha mencionado, está perdiendo el gusto de cómo saben las cosas. ¿Cuanta gente comenta que los tomates ya no saben igual? Y este ejemplo es extrapolable a muchos otros productos y no sólo de la tierra. Y el poco tiempo no sólo influye en la necesidad de dejar que las cosas se hagan a su ritmo... cada vez hay más supermercados que abren los domingos por la mañana! No hay tiempo ni para ir a comprar!
Es importante ser conscientes de que algo tan importante como nuestra alimentación y por tanto nuestra salud está en manos de la agroindustria que está sustituyendo al pequeño elaborador. Para preservar la labor de estos pequeños productores slow food lleva años elaborando el Arca del gusto, en donde se da valor y prioridad a aquellas variedades que están en riesgo de extinción. Cada zona tiene la suya específica (en el caso del Penedès-Garraf se está trabajando para dar a conocer y que se consuma la Malvasia (un licor buenísimo elaborado en Sitges) o el gallo del Penedès). Muchos de estos productos se pueden consumir en los restaurantes del Km.0, en donde sólo se cocina con productos de proximidad y de una producción sostenible.
Cuando comemos deberíamos disfrutar de lo que estamos saboreando, y por tanto obtener un placer en la degustación, pero también deberíamos estar comiendo productos justos, tanto para la tierra como para el elaborador, respetando su trabajo. El mundo empieza a cambiar con los pequeños detalles y yo espero contribuir con este pequeño gesto.
"Cuando los elefantes luchan, la hierba es la que sufre". Proverbio africano