Cada día, dentro de mi rutina de belleza, no puede faltar un buen masaje autokobido, además de esencias, aceites naturales, sérums y cremas.
Esta técnica milenaria, originaria del Japón, ha sido un secreto transmitido por generaciones, utilizado tanto por samuráis como por geishas.
El Kobido, conocido como "el masaje de la juventud", lleva más de 500 años siendo una tradición.
El rostro es un reflejo directo de cómo nos sentimos por dentro, es una pequeña ventana hacia la salud de nuestra alma, nuestra energía vital, el "ki".
Realizar esta técnica sobre mi piel es, sin duda, un acto de magia. A través de pequeños toques, consigo revitalizar la piel y permitir que los micronutrientes lleguen de manera precisa a la zona facial.
Este masaje tiene sus raíces en los samuráis del antiguo Japón, quienes lo realizaban después de regresar del campo de batalla, agotados por la lucha.
El Kobido les ayudaba a relajarse, a recuperar fuerza y vitalidad.
Durante los combates, el rostro era una de las zonas más afectadas por los duros golpes. Esta práctica, que aceleraba la recuperación de sus heridas, no pasó desapercibida para la emperatriz, quien la adoptó como parte de su propio régimen de belleza.
Gracias a su visión, esta técnica ha llegado hasta nosotros.
Quiero compartir mi experiencia personal con ustedes.
Tuve la oportunidad de probar un masaje completo en un curso especializado y desde ese momento me convertí en una fiel seguidora de sus increíbles beneficios.
La técnica se centra principalmente en la cabeza, el rostro y el cuello.
Además, suelo complementarlo con piedras naturales como jade, cuarzo rosa, selenita y ópalo, que aportan propiedades distintas según lo que busque mi piel en ese momento.
*Un pequeño truco que me encanta compartir: cargo las piedras energéticamente dejándolas bajo la luz de la luna, sobre la tierra de una maceta. Así, vuelven a su origen, a la naturaleza, y potencian sus beneficios.
Este masaje trabaja, de manera profunda y precisa, hasta 16 músculos faciales a través de más de 45 maniobras diferentes. Estimula la circulación sanguínea, activa el sistema linfático, y mejora el drenaje facial.
Todo ello contribuye a un efecto lifting inmediato y a una piel más firme y revitalizada.
El proceso comienza con un masaje shiatsu, donde se aplican presiones suaves en la zona del pectoral, sincronizadas con la respiración, creando un ambiente energético muy placentero.
Es fundamental que la piel esté perfectamente limpia y libre de maquillaje.
La técnica de digitopuntura, derivada de la acupuntura, se aplica en puntos estratégicos de la cara utilizando las yemas de los dedos. Esto no solo mejora la belleza de la piel, sino que también tiene beneficios para la salud, ya que los puntos están conectados con diferentes órganos vitales de nuestro cuerpo.
En el curso intensivo que realicé, no se utilizaron aceites ni sérums, sólo las manos y el colágeno natural de la piel.
Sin embargo, en mi caso, suelo añadir aceite vegetal (de manzanilla, argán, rosa mosqueta o caléndula), dependiendo de las necesidades de mi piel en el día.
El resultado es inmediato: el rostro se ve despejado, como si hubiera dormido ocho horas seguidas.
La piel toma un tono rosado saludable y se siente más firme.
Se recomienda hacer este masaje una vez al mes para obtener resultados más duraderos.
Es importante mencionar que no se recomienda en pieles reactivas, con alergias o cicatrices, ni en pieles con seborrea o couperosis, en cuyo caso se debe aplicar de forma más suave y lenta.
Espero haber despertado vuestra curiosidad y que podáis disfrutar de esta valiosa herencia, que una de las culturas más ricas en sabiduría ha querido compartir con nosotros en la actualidad.
¡Hasta pronto!