Mientras el común de las mortales ya nos hemos dado algún que otro codazo (así, como quien no quiere la cosa) con una compradora compulsiva que se abalanzaba a por nuestro fichaje estrella, el primer día de rebajas, las top de las top se han hecho ya con un Marc Jacobs, un Chanel o un Ralph&Russo, entre otros, para dar un paseíto sobre alguna alfombra roja. No importa si el vestido elegido tiene volantes de encaje, si es un dos piezas con un top que quita el hipo, si constituye una versión mejorada del corte sirena, si está compuesto a base de miles de recortes sutiles y suaves como las alitas de los ángeles, o si emulan un diáfano cielo sobre el que se ha colgado una guirnalda de flores… Da igual su composición, su patronaje, su textura, su color… Lo que importa es que los mejores diseñadores del planeta manejan su aguja pensando en ellas. Y en sólo un par de horas acaparan portadas de revistas, muchas de ellas sin haber pasado si quiera por peluquería (debe de ser una moda moderna). “¿Qué vestido escogeré? Un Dior, o un Dolce&Gabbana, quizás? Es que voy a pisar la alfombra roja durante unos minutos y he de convencer en un abrir y cerrar de ojos a los cientos de fotógrafos que se agolparán ante mí”. Es lo que deben de pensar las reinas del fashionismo cuando aparece un evento de este calibre en su agenda. Por lo menos es lo que pienso yo cuando me invitan a la boda de turno, gracias a la cual puedo lucir palmito entre metros de seda, volantes, encajes y brillos varios, y pienso en aquella antigua compañera de colegio que se creía superior porque contaba con unos zapatos de marca. Tal vez sea cierto aquello de que las mujeres nos vestimos para las propias mujeres…
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