Para ubicar el comienzo de esta historia, tenemos que remontarnos a Nueva York. David H. McConnell, es un joven estadounidense. Nació en 1858 en una granja en un pueblo de la ciudad de Oswego.
Fue al colegio y tenía la intención de ser profesor de Matemática. No obstante, las necesidades familiares lo llevaron a que abandonara la escuela y truncara su inicial vocación académica.
Así que, como la mayoría de las personas nacidas en el campo en su época, McConnell comenzó, a temprana edad, a hacer el mismo trabajo que sus padres: ocuparse de las tareas rurales.
¿Qué podía hacer un joven campesino sin educación formal en 1800? Todo y nada.
A los 18 años, McConnell salió del campo y conoció el recién inaugurado Central Park. Era 1879 y Nueva York, ya superada la Guerra de Secesión, estaba en plena ebullición.
Al principio de todo están los libros
Su primer trabajo oficial fue como vendedor de libros puerta a puerta. Al año de haber llegado a Nueva York, se había incorporado a la Union Publishing Co. De Chicago. En 1883, lo nombraron encargado del territorio sur, por lo cual, tuvo que mudarse a Atlanta. Allá dedicó cuerpo y alma a su ambición.
La venta puerta a puerta, como sucede hoy, era una actividad que demandaba muchísima persistencia y creatividad. Incluso, mucha fuerza de ánimo para afrontar un día malo en el que termina la jornada laboral y apenas tenés ventas hechas como para costear los viáticos. Sin embargo, McConnell no se dejó amedrentar.
Él contaba con todas las cualidades, pero las ventas andaban mal. Entonces tuvo una idea que cambiaría el rumbo de su vida y el de miles de revendedores a lo largo y ancho del mundo: a cada persona que le comprara un libro le regalaría un perfume.
Estos perfumes estaban hechos por él mismo. Los hacía en su casa a base de fragancias florales obtenidas del heliotropo y el jacinto.
McConnell en 1928
Y tuvo éxito. Tuvo tanto éxito que, seis años después de empezar este oficio de vendedor puerta a puerta, le compró el negocio a su jefe.
El origen de la idea que cambiaría la vida de millones de mujeres
¿Qué seguía? McConnell se dio cuenta de que las amas de casa a quienes le vendía tenían más interés en los perfumes que en los libros. Entonces dio el siguiente paso trascendental: creó la empresa California Perfume Company en 1886.
No era fácil dejar de lado su primer gran éxito, la comercialización de libros, así que procuró unir la venta de perfumes y la de libros, pero los primeros se imponían por sobre los segundos. Así que, a medida que el rédito de la cosmética era superior que el de las letras, McConnell acabó por dedicarse de forma exclusiva a los perfumes.
El debe y el haber le dieron la razón una vez más y, en 1895, abrió una sede en Suffern, al sur de Nueva York.
Las cosas no le iban nada mal. Tal es así que, dos años después, instaló en Suffern su primer laboratorio, donde pudo crear perfumes a mayor escala y de mejor calidad.
El negocio funcionaba bien, pero McConnell no estaba satisfecho. ¿Qué podía hacer para seguir creciendo?
La concreción de la idea
Había que hacer un cambio radical. Y McConnell amaba los desafíos. Tenía que remplazar a sus vendedores por vendedoras. ¿La razón? Las amas de casa estaban más dispuestas a comprarles a mujeres que a varones.
La pionera fue P. F. E. Albee. Esta ama de casa conoció a McConnell un día en el que este le golpeó la puerta para venderle libros.
Pronto ella comenzaría a trabajar para él como vendedora part time y luego iría involucrándose en los emprendimientos de él cada vez más. Llegada una instancia, ella fue quien se encargaría de reclutar personal de ventas para McConnell.
El incipiente empresario comprendió que no se trataba solo del gran talento de su vendedora estrella, sino de que las amas de casa eran más receptivas a una par. De este modo, Albee se encargó de seleccionar y capacitar a las nuevas vendedoras.
Albee (1836-1914)
Por eso, la California Company Perfume, además de ser una empresa de cosmética que usaba el sistema de venta directa, pasó a la historia por ayudar a las mujeres a disponer de herramientas para lograr su independencia económica.
Este último es el mayor aporte de la empresa, sin dudas. Recordemos que hablamos de 1800, cuando la sociedad les restringía a las mujeres el acceso al mercado laboral alevosamente.
De hecho, en 1886, los Estados Unidos tenían 50 millones de habitantes. De esa población, sola una quinta parte de las mujeres trabajaba fuera de casa. Por su puesto que todavía faltaría mucho para acercarse a la igualdad salarial: en ese momento, estas mujeres cobraban una fracción del sueldo que cobraba un varón y ascender en la jerarquía de una corporación era tremendamente difícil.
En 1937, McConnell era ya presidente de un grupo empresarial surgidas a partir de la inicial California Perfume Company. Contaba con 30 mil vendedores, en su gran mayoría mujeres.
Ahora Avon está presidida por una mujer, Sherilyn McCoy. La marca está presente en más de 135 países del mundo y cuenta con 6 millones de distribuidoras.
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