La moda siempre ha sido considerada una forma de expresión. Sin casi darse cuenta, los diseñadores impregnan sus ideas, curiosidades y gustos en diferentes tejidos. Pero si existe un modisto que logró asombrar al mundo entero con sus espectaculares puestas en escena y vanguardistas prendas, ese fue, sin duda, Alexander McQueen; uno de los jóvenes diseñadores con mayor proyección de las últimas décadas. Su sensacional creatividad, su gran imaginación y la capacidad de plasmarlas en sus colecciones, le ayudaron a ser lo que es hoy: un auténtico icono de la moda que, por desgracia, perdimos en el año 2010.
Lee Alexander McQueen, nació en el East End de Londres en 1969. El pequeño de seis hermanos, ya demostraba su pasión por el oficio, diseñando vestidos para su madre y sus hermanas. Al cumplir los dieciséis años, abandonó los estudios para dedicarse por completo a la predilección por la moda en Savile Row, la calle de los sastres, en la que según la leyenda, McQueen, confeccionó un traje para el príncipe de Gales, en el que tras el forro, se podía leer un mensaje políticamente incorrecto.
Desde que comenzara a dar sus primeros pasos en el mundo de la moda, ya mostraba un lado transgresor y poco habitual, en el que las normas no estaban estipuladas. En 1992, se graduó en la prestigiosa escuela St. Martins College & Art Design de Londres, como también harían grandes nombres de la industria como Stella McCartney o John Galliano. Su colección de graduación, inspirada en la figura de Jack el destripador, fue presentada en un pequeño teatro de Kensington Olympia. Entre los asistentes al debut, se encontraba la famosa estilista Isabella Blow, que por aquel entonces ocupaba el puesto de editora de la revista Vogue británica, quien calló rendida ante sus propuestas, comprando toda la colección y convirtiéndose en la mentora del joven McQueen.
Tras cinco colecciones postgraduación llenas de controversia, el diseñador se convertía en 1996, en director creativo de Givenchy, sucediendo a John Galliano. Durante los casi cinco años que ocupó el cargo, llenó de glamour una firma que consiguió revivir el éxito perdido con un acento que no era el francés. En 2001, y pese a la brillantez de sus diseños, McQueen decide centrarse en su firma homónima, en la que durante ese tiempo estuvo trabajando de manera compaginada. Al vender el 51% de su empresa al grupo Gucci, la firma vivió una nueva y triunfadora era.
Las siluetas más sorprendentes, los looks beauty más transgresores y la utilización más avanzada de la tecnología, convirtieron los desfiles de Alexander McQueen, en verdaderos espectáculos que paseaban obras de arte. El creador desafió nuestro entendimiento de la ropa, más allá de la manifestación conceptual de la cultura y la política. Su único medio de expresión, era la moda.
Con unas presentaciones más que sorprendentes, el británico diseñador se convirtió en uno de los modistos más populares con una oscuridad romántica única, inspirada en las siluetas de 1860, 1880, 1890 y 1950, con un ingenio técnico que lo mantenía en la vanguardia. Olvidando lo comercial, la precisión del corte y confección con patronaje, el gótico victoriano, la vida y la muerte, el estampado tartán (sello de identidad de la casa que renovó en varias ocasiones) la influencia oriental, la idea del buen salvaje y las materias primas, eran algunos de sus temas reiterativos.
Además de Isabella Blow, a quien le dedicó su colección primavera-verano 2008 La Dame Bleue (tras el suicidio de ésta en el 2007) editoras como Anna Wintour, poderosas mujeres como Daphne Guinness, tops como Kate Moss o cantantes como Lady Gaga, se posicionaron apoyando incondicionalmente al irreverente diseñador.
La colección primavera-verano 2010 sería la última que presentó. Poco tiempo después fue encontrado muerto en su domicilio londinense en Green Street a los 40 años, tras quitarse la vida. Un broche de oro en el que serpientes, prints de mármol, destellos metálicos, efectos ópticos y geometrías, se transformarían de manera sublime en una particular forma de despedida.