Mi mamá falló pero la he podido perdonar

Se acerca el Día de las Madres y es típico que todos, incluidos los medios y la mercadotecnia, idealicen la figura materna, pero qué pasa con quienes no hemos tenido una madre tan ejemplar ¿es mejor ignorar este día como si no pasara nada?, ¿debemos reprocharle o amargarnos por ello?

 

No sé cómo lo manejen los demás, pero la verdad ha sido muy sano, para mí, reconocer que mi mamá no es una santa. No la tengo en un pedestal, me abandonó, me falló muchas veces; pero pese a todo la amo.

 



 

Que se haya equivocado conmigo tampoco quiere decir que ella sea un monstruo, las circunstancias, la época y su contexto le hicieron hacer cosas que otros juzgarían fácilmente; muchos incluso la han llamado desnaturalizada, sin pararse a pensar en todo lo que ella ha tenido que pasar.

 

No sé si los demás lo entiendan, pero mi mamá no es una especie de ser supremo, aunque la religión y la sociedad nos lo han querido enseñar así ellas son tan humanas como cualquier otro individuo. No mejores, no peores. Nuestras madres son personas llenas de carencias, miedos e inseguridades.

 



 

Una vez que logré entender esto, comencé a verla como mi igual, empecé a entenderla y a darme cuenta que muchos de los errores que cometió en mi crianza, y en la de mis hermanos, ni siquiera fueron intencionales.

 

Es innegable que mucho de este maltrato, involuntario, me ha marcado en mi vida personal. Si debo describirme a mí misma, diría que soy desconfiada, insegura, tengo problemas para relacionarme con los demás; suelo ser pesimista y sí, tengo problemas de ansiedad y depresión.

 



 

Dicen que la infancia marca el destino de nuestra edad adulta y aunque en parte es verdad, también nosotros tenemos la obligación de comprender y manejar nuestras emociones.

 

De niño es difícil, pero de adulto depende de ti; y echarles la culpa a tus padres por tu forma de ser no es algo digno de admirar. En cambio, sanar nuestras heridas, perdonar y reconciliarnos con nuestro pasado sí.  Sólo de esta forma evitaremos que las cicatrices hagan pústula en nuestra identidad, y nos definan como individuos.

 



 

Poder perdonar a mi madre me ha hecho más feliz. Creo que al final lo hice más por mí que por ella y porque cargar con viejos rencores no es sano.

 

Ahora las dos llevamos una mejor relación e incluso me visita dos veces al año y pasa algunos meses en casa.  Y aunque no todo es un lecho de flores, porque discutimos de vez en cuando, recuperar nuestra relación madre e hija me ha hecho la vida más llevadera. 

 



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