#STOPBullying 4: "No todos los GITANOS somos iguales"

Cuando pasé el bullying ni siquiera había una palabra para describir todo lo que implicaba.

Hola, soy Marissa, y soy gitana.

Antes de empezar, quiero dar las gracias a Marta, por compartir todas estas historias reales de personas que, como yo, han pasado por algo tan duro. ¡No estáis solos! 


“Creía que era una “Don Nadie”. Me convirtieron en una persona que solo servía para la diversión de ellos”


Todo comenzó en la primaria, yo tendría 7 años, sino menos. Sí, era apenas una niña. Yo iba, en aquel entonces, a un Colegio Concertado, en Madrid. Hasta entonces, nunca había ido antes al colegio, pero sí estudiaba, mi madre era mi maestra en casa. Se unió todo, era la chica nueva, nunca había ido al colegio y, para colmo, gitana.

Yo era una niña menuda, delgaducha, bastante morena de piel y cabello. Todos pensaron que yo era sudamericana o, de por ahí. Pero no, soy gitana y, para mi bendición, andaluza. 

Así que, como podréis ir imaginando tenía toda las de llevarme la peor parte, y así fue. Me quedé sola, y cada vez que intentaba integrarme en algún grupito de niñas a jugar, todas se iban de una. De hecho, una vez llegué a enterarme de lo que decían “por lo bajini” , y fue muy desagradable, la verdad … No tenemos porqué jugar con ella, no quiero que me despinte ¿Hola? 

Me quedé sola, “más sola que la una” como se suele decir, y nadie me ayudó.  Ir al colegio se convirtió en todo un reto por las mañanas. Claro, no soy yo sola, tengo tres hermanos más pequeños, y no podía preocupar a mi madre, embarazada, con cosas así. Y, mi padre, casi nunca estaba en casa, estaba trabajando en el Hospital, él es médico, en lo familiar.  Así que, imagina, lo que tuve que pasar yo sola siendo una criatura que no entendía nada de lo que estaba pasando. 

Así que, aunque el colegio fuera una tortura china, nunca dije nada. Seguí para adelante, porque yo quería tener un futuro, y para eso tenía que ser buena alumna. Aunque, se me fue complicando la cosa…


Yo pensaba que el estar sola era un castigo por, no se muy bien qué. Así que, nunca protesté. Dejé que hicieran y deshicieran conmigo a su antojo


Pero todo el mundo crecemos y, aquí entre nos LA ADOLESCENCIA ES UN FASTIDIO. Cuando empecé a ir al patio con “los mayores” . Era tanta la soledad que sentía que, en muchas ocasiones, mi madre me preguntó, alguna vez, si quería invitar a alguien a casa. Yo, me inventaba que mis amigas no podían, que tenían tareas, o cualquier mier** que se me ocurriera, la verdad.

Por fin, a los 12 años, tuve la oportunidad de tener amigas y… Fue peor el remedio que la enfermedad.

Se une otro factor más, por si ya no fueran pocos. Era pequeña, delgada, morenísima y gitana. Añadimos también que era la más pequeña del grupo, lo cual me hacía sentir más insegura. Aunque, realmente, al principio eran bastante sutiles: alguna zancadilla, llevar la mochila de una de las del grupo (más la mía..), me robaban algún bolígrafo de mi estuche, nada de lo que preocuparse…

¡No! Justo ese ya era el que me debería haber dado el coraje para hablar. Pero no lo hice. Demostré miedo, debilidad e inseguridad, y eso es lo peor que puedes hacer. 

Aunque, en mi caso no llegaron NUNCA a haber maltrato físico, el daño a nivel psicológico fue brutal. Ya no solo por parte de los niños, sino también por los padres. 


No hay motivo o razón lo suficientemente poderosa para que te hagan sentir de menos. Eres igual que los demás sea Rumano, Gitano o Marroquí. Feo o guapo. Alto o bajo. Gordo o flaco. 


Recuerdo que, en muchas ocasiones, los profesores nos ponían en grupo para hacer algún que otro trabajo. Lo típico. Yo era la compañera de clase con la que nadie quería ponerse, y el profesor me imponía un grupo, me gustara más o menos. Yo no protestaba, para qué, iba a ser peor para mí. 

Una vez, delante mía, que fue lo más humillante, mis compañeritos estaban hablando de quedar después de clase en casa de uno de ellos, para hacer el trabajo. Yo me lo apunté en mi agenda, y adivinen que, a estas alturas, yo no podía ir. “No te apuntes nada, tu no vas a ir a ningún sitio que no sea tu choza” – Yo  me quedé, con la boca abierta y con las lagrimas saltadas. Aún así, les dije, en plan, que okey que todo bien, que yo no iba a oponerme, pero que me dijeran que hacía del trabajo para hacer mi parte.

Ellos siguieron con su tema: “Que no, que no, que no vas a hacer el trabajo con nadie, hazlo solita si quieres…”  – Solita, lo hice. Me llevé horas pegada a los apuntes en casa, terminando el trabajo. Ellxs no habían participado. 

Al día siguiente, me robaron el trabajo, quitaron la portada porque solo ponía mi nombre, y pusieron la que ellos habían hecho que ponían sus nombres pero no el mío.  – Yo, recuerdo llorar como si no hubiera un mañana. – Me pusieron un 0. Ese día llegué a mi casa llorando, y fue cuando hable con mis padres, y les conté que es lo que estaba pasando, me dijeron que iban a hablar en la próxima reunión de padres con los padres del niño. 


Hablar, fue lo más liberador que hice en mucho tiempo.  Ya no estaba sola. No tenía que mentir al llegar a casa. Eso me hacía “bien”. 


Bueno pues, en la reunión de padres, todos los padres de los niños, por lo visto empezaron a decir delante de mis padres, cosas del tipo: “Yo no quiero que mi niño se una con los gitanos”, “He educado a mi hijo, como para que se una con malos círculos” – A ver, partamos de la base de que, los gitanos, al igual que las demás etnias, hay gente de todo tipo. No todos los gitanos son vendedores ambulantes, o trapichean con drogas, o viven en pisos de protección civil. – Yo, siempre, he vivido en una vivienda que ha sido nuestra, siempre. Mi madre es maestra y mi padre médico. No nos drogamos y no somos gente mala. La cultura con la sociedad va a adaptándose. Habrá familias gitanas de todo tipo, digo yo. 

Pero es que, le llegaron a decir que me metieran en un colegio para gente como nosotros. ¿Cómo? ¿Gitanos? Pobres, cada vez que recuerdo  lo que tuvo que ser eso para mis padres, se me caen dos lagrimones. ¿De verdad, siglo XXI y gente así? 

Mi padre se plantó y, gracias a Dios, los padres de otro niño más de mi clase también. ¡La esperanza es maravillosa! Los padres del otro niño solo aconsejaba que denunciaran, que hablara con psicólogos, policía, director del colegio, profesores, y con quien fuera para ponerle fin. 

Ya de mayor, solo recuerdo pasar por un montón de pruebas psicológicas que cercioraran que sufría de bullying. El juez que llevo mi caso fue, un ángel. El colegio se ganó muy mala fama y tuvo que clausurar, porque a raíz de lo que pasó conmigo, muchos padres comenzaron a denunciar malos comportamientos. 

A día de hoy. Tengo 26 años. Del colegio no queda ni rastro. Lo tuvieron que derribar porque una empresa compró el terreno. Actualmente, es la clínica en la que trabajo como psicóloga familiar, ya que hace dos años terminé mi carrera, hace un año que terminé mi especialidad. 

Esta es mi historia. 

¡Mucho ánimo! ¡No estáis solos! 

Hablar, siempre será lo mejor. 

Fuente: este post proviene de Diario de una tal marti, donde puedes consultar el contenido original.
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