Lo quería todo: el vestido, el velo, los tacones (aunque fuera solo un ratito porque ni los aguanto), las damas, las flores. Todo como Pinterest me lo prometió.
Y como si no fueran suficientes mis propios anhelos y expectativas, reconozco —con culpa— que me encantan los programas de bodas, en especial esos que se tratan de encontrarle el vestido perfecto a las novias.
El vestido era todo para mí.
Cuando encontrara el indicado, juraba que la cara me cambiaría, que sería otra, que escucharía una música celestial de fondo, que habría magia.
La realidad es que nada de eso pasó y fue de lo más confuso.
Entre los tumultos de las expo de novias, los comentarios ácidos de algunas de mis amigas, mis propias inseguridades, y la innecesaria presión que agregué al dar el depósito de un vestido que ni me había gustado tanto, el momento no fue lo que esperé.
Me probé más o menos ocho vestidos en distintos lugares.
De los ocho, seis me gustaron, uno lo odié y solo con el elegido me imaginé casándome.
Creo que de eso se trataba. Nada más, pero nada menos.
Si estás en ese proceso, me siento con el deber de advertirte que te puede pasar.
Y no solo con el vestido sino con un montón de cosas de la boda que imaginaste que serían de un modo y terminan siendo diferentes. Disfrútalas igual.
Si ya te casaste y te pasó como a mí, ahora sabes que no estamos solas (ni locas).
Las bodas, como la vida, nos convencen de que deben ser perfectas, con altibajos y dramas pero sobre todo mágicas.
La verdad es que es una boda es lo que es: la fiesta más divertida y especial que protagonizarán tú y tu novio.