NaDo, Iván Domínguez da a luz a su proyecto de vida



Estoy convencida de que cualquier persona que tenga la oportunidad de conocer al chef Iván Domínguez va a convertirse en su cliente porque, más allá de la calidad de sus platos, que está fuera de toda discusión, cuenta con una personalidad cautivadora que transmite su pasión por la vida, su sencillez y su agradecimiento por cada uno de los recodos de un camino que le han permitido convertirse en la estrella que es hoy.

En A Coruña llevábamos tiempo esperando con ilusión la llegada de NaDo (nacido en gallego y el resultado de un juego de palabras que combina las dos últimas letras de su nombre y las dos primeras de su apellido) y no ha defraudado. En menos de dos meses se ha convertido en el restaurante de moda y ocupar uno de los huecos en las mesas corridas de su restaurante ya no es tarea fácil.













Traspasar las puertas de su local supone iniciar un viaje por la vida del chef. De hecho, él mismo explica que NaDo “nace por un sueño: el de transformar todas esas vivencias tanto laborales como de vida y poder trasladarlo a un local que es mío”. Y precisamente ha elegido la Marina coruñesa para instalarse, con vistas al Atlántico y el hueco que había dejado el inolvidable Coral de César Gallego.

“Soy coruñés y le debo mucho a esta tierra que es en la que nací: por su lonja, por su gente, porque soy de aquí y estoy enamorado de esta ciudad, de su ritmo de vida, de la facilidad que tengo para comprar… El nivel de vida es maravilloso, estamos muy bien posicionados como ciudad”, reconoce.

Lo primero que vemos son unas estanterías con producto local, libros y útiles de cocina. “Yo era un desastre de pequeño: hacía bolas con la ropa y la metía en el armario y mi madre decidió no reñir conmigo y pedirme que guardase los juguetes y las pelotas de fútbol en el armario, que es lo que cuidaba, y la ropa fuera, a la vista. Así consiguió que estuviera todo siempre ordenado y eso fue una lección de vida que he aplicado aquí”, explica.





Su paso por la armada queda reflejado en los techos y paredes, llenos de tubos rojos que nos transportan al comedor de un submarino; y con una cocina a la vista, herencia de su paso por el restaurante de Marcelo Tejedor en Santiago. Las mesas son de madera y corridas, también como recuerdo a su paso por Loxe Mareiro y por el ejército, además de evocar las pulpeiras tradicionales gallegas. “Hemos escapado un poco de ello por la pérdida de intimidad pero esa intimidad la crea uno mismo y a un restaurante se viene a pasarlo bien y a disfrutar”, afirma.

Lo que no se ve por ningún sitio en el restaurante de Iván Domínguez es espacio para el almacenaje, y es que este punto también lo tiene claro. “Cambio mucho la carta y me resulta muy divertido. Ayer pedí pargo y me llegó un rodaballo de ocho kilos: prefiero comprar poco y cuando se acaba, se acabó porque tengo que ofrecer lo mejor, y lo mejor no lo hay en cantidades grandes. El producto tiene una temporada, el salmonete, la lamprea, la alcachofa, el guisante o los tomates, todo tiene su momento”, aclara.

Y, hablando de su carta, el chef de NaDo indica que su intención es “devolver a Galicia lo que Galicia nos da a los cocineros, que es un producto maravilloso, tocarlo lo menos posible y de manera limpia y mantener todo su sabor de manera natural, respetando mucho la estación y divertirnos”. Todo esto se refleja en sus platos: materia prima pura de primera calidad con un toque moderno pero sin nada de ostentación.













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