No sé si es porque provengo de familia marinera -aunque me dé un miedo terrible el mar- o porque no concibo un lugar sin mar, pero siempre me siento atraída por el.
Adoro dar paseos a la orilla del mar, disfrutar la brisa, del sonido del mar rompiendo en la orilla, sacar a Pipo y correr sobre la arena... eso sí, no me subáis a un barco que ahí vamos a tener un problema.
Así que visitar la costa cantábrica fue una maravilla para mi, conocer otro tipo de mar, más fuerte, más rompedor. Y obviamente, no podía perder la oportunidad de sentarme a tomar una copa de vino al borde el puerto marítimo de Cudillero. Que pueblo tan bonito, con sus casas mezcladas con la naturaleza. Quedé maravillada.
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