Mi pisín es una modesta caja-de-cerillas en una gran ciudad, y como tal, no tengo a mi disposición habitaciones o espacios que me permitan tener un estudio con un amplio escritorio.
Y ocurrió... tras cuatro meses viviendo en mi madriguera, el portátil cenaba a mi lado, se quedaba frito conmigo en el sofá, tan pronto estaba dentro de un armario, como al lado del vaso de zumo mañanero. ¡Se acabó!, necesitaba un rincón donde guardarlo y utilizarlo, que no ocupase lugar del que no dispongo, que no cogiera polvo y no desentonara con el resto de la estancia.
Tras acabar teniendo pesadillas con los pasillos de Ikea, los cuales he llegado a conocer como la palma de mi mano, di con una idea de un mini-estudio o centro de trabajo integrado en el salón.
Atenta, estos fueron los muebles que finalmente compré:
METOD Armario de pared horizontal
METOD Armario bajo
Seguramente hayas identificado, que se trata de muebles de cocina. El mueble que tenia en mente debía convivir con otros muebles blanco brillante del salón, por lo que además de mini-estudio quería que me sirviera para guardar vajilla y otros enseres.
La idea fue colocar el armario de pared horizontal encima del armario bajo e invertir el primero para que la puerta de éste hiciera de mesa.
Este ha sido el resultado:
En cuanto lo monté, lo anclé a la pared para que no se venciera una vez llenase el mueble de cosas.
Adicional a los dos muebles compré, 4 pomos pequeños para poder abrir el mueble fácilmente, 2 bisagras y los 2 brazos articulados que veis a cada lado, para que además de puerta abatible, se convirtiera en una mesa resistente.
Et voilà! Aquí el mini-estudio y divorcio de mi portátil en régimen de visitas.
Como ves, dos muebles de cocina pueden dar para mucho, pues por muy sinsillos que parezcan se han convertido en una mini-estación de trabajo camuflada que sacan de un apuro y además, ¡se llevan de lujo con la vajilla!
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