El sábado tuvimos boda.
Teníamos todo listo para la gran ocasión.
Look preparado, previsto hasta el último detalle. Pensaba publicarlo por aquí con motivo de la de la maratón de bodas del 2015.
Pero fue llegar a Madrid y el rumbo de las cosas giró 180º.
Todo se volvió tan emotivo que una camisa, unos pantalones y un cinturón me parecieron demasiado superfluos para hablar de un día así.
A cambio, hoy me he propuesto desmentir que las bodas son un paso más en la vida de una pareja. Que tampoco son para tanto, que son un día cualquiera y que es estúpido soñar y ansiar que llegue este momento.
Decidir que quieres pasar el resto de la vida con alguien. Buscar un día para llevarlo a cabo. Mimar todos los detalles. Invitar a la gente más especial del mundo para que esté presente. Que vengan precisamente de un montón de rincones lejanos del mundo sólo para acompañaros, no es un día más ni mucho menos.
Porque aunque casarse es por supuesto una elección más, casarse también es pura dinamita.
Una explosión de adrenalina. Si os queréis a rabiar, si habéis superado mucho y aun hay ganas de más.
Nunca si es lo que toca, se intuye como el siguiente paso o hay presiones de algún tipo.
Las lágrimas tiernas del papá de la novia. El lenguaje que no es barrera para comunicar ciertas cosas. Que los ojos y la sonrisa dicen lo mismo en ruso, inglés o en castellano.
La entrada de la novia. Los primos que son hermanos. El chaqué azul marino de un novio impecable. Leer en el altar mientras les miras a los ojos. Toda tu familia requetepuesta y oliendo a flores. La alegría que supone incorporar a uno más.
Fotos y fotos para llenar álbumes, estanterías y el corazón, porque por fin estamos todos juntos.
Bailar y cantar como locos con hermanos, padres, tíos, primos, amigos. Recordar a los que ya no están pero que hoy siguen y siempre seguirán.
Momentos que cuando los vives se graban a fuego en la memoria. Cargan las baterías de tanto calor humano y familiar, que el pecho está lleno lleno y casi duele.