No por casualidad el citado lema relaciona el nombre de la ciudad con la piedra angular de su producción industrial. En muchos sentidos, ambos son la misma cosa. Durante décadas, la vida de sus habitantes ha girado en torno al zapato, y lo sigue haciendo a día de hoy. Prácticamente todas las familias tienen a uno o varios de sus miembros desempeñando alguna función dentro de la industria zapatera local, y ha sido así desde siempre. El peso de la tradición ha llevado a que la dirección de las empresas haya pasado de padres a hijos, del mismo modo que el saber de los trabajadores y zapateros más experimentados se ha transmitido a sus descendientes.
Cada mañana, una ciudad entera se despierta pensando en calzado y pasa el día respirando el intenso olor de las pieles, con los dedos impregnados en cera de abrillantar y el ruido de la maquinaria industrial como música de fondo. La sinergia entre Almansa y calzado es total: su elaboración no es sólo la principal actividad empresarial de la ciudad, es el motor y el sustento de sus habitantes, los cimientos sobre los que se apoyan sus tradiciones y costumbres.
Es lógico pensar que, cuando el arraigo de una actividad en un mismo lugar es tan intenso y prolongado en el tiempo, a la fuerza debe de verse reflejado en el producto resultante. Ahí es donde el calzado almanseño encuentra su auténtico factor diferenciador: en cada puntada de hilo, en cada corte del cuero, va depositado una pequeña parte de la persona que lo realizó, sus congéneres y las generaciones que les precedieron. En definitiva, una parte de la esencia y la historia de un pueblo. Si bien es complicado afirmar con rotundidad que el calzado de Almansa sea el mejor del mundo, nadie puede negarle esa identidad única. En un mundo como el actual, cada vez más vacío e impersonal, se revela como el mejor de los valores añadidos.
El post aparece primero en Zapatos de Moda.