La leyenda cuenta que el jabón fue descubierto accidentalmente en Roma, por un grupo de mujeres que lavaba la ropa a orillas del río Tíber a los pies de la colina del Monte Sapo, en dicho monte se efectuaban sacrificios de animales y los restos de la grasa animal mezclados con la ceniza y otros restos vegetales que, al llover eran arrastrados monte abajo, acababan en el río, donde las lavanderas observaron que la ropa quedaba más limpia al frotarla con la mezcla. Los egipcios utilizaban un producto jabonoso que consistía en una mezcla de agua, aceite y ceras vegetales o animales, fórmula que fue utilizada también por griegos y romanos. Los romanos usaban un jabón que obtenían combinando sebo de cabra, buey o carnero con una mezcla de cenizas y agua (potasa). El resultado era una pasta que, además de para la higiene, se aplicaba como ungüento para fines terapéuticos. Los musulmanes ya preparaban jabones duros utilizando aceite de oliva. En el siglo VII , gracias a la abundancia de aceite de oliva y la sosa natural y al comercio marítimo, la industria jabonera tuvo un gran desarrollo en la costa mediterránea, especialmente en Alicante , Cartagena , Savona (de ahí el nombre de jabón), Venecia, Génova y Trípoli. Es aquí cuando nace el JABÓN DE CASTILLA.
Contrariamente a los métodos de producción de jabón de los países nórdicos, en los que se usaba grasa o sebo animal como principal ingrediente, en la zona de Castilla existía abundancia de cultivos y prensado de aceite de Oliva y muy pronto se descubrió que este importante ingrediente producía un jabón de una calidad muy superior. Posee propiedades hipoalergénicas, antisépticas, antibacterianas, regeneradoras. Deja la piel suave e hidratada ayudando a retener la humedad al mismo tiempo que la nutre y protege. Suministra protección para todo tipo de pieles, especialmente las secas y sensibles.