No importaba si un día antes le dejaba galletas con leche, o si le suplicaba en la carta que este año sí me trajera la Isla Dodo de Play Doh, o el perro robot que tenía unos ojitos por corazón. Los regalos siempre eran otros. No digo que fueran malos, solo no eran lo que yo esperaba.
En el momento pensé que le caía muy mal a Santa, pero después entendí lo que realmente pasaba: éramos tres hermanos.
…Y seguramente para Santa Claus era difícil cargar con tantos juguetes y por eso nos traía cosas más pequeñas, o tal vez sí los traía, pero se le perdieron en el camino.
La verdad, fue hasta los 12 años que entendí que mis papás no compraban lo que pedía por falta de dinero… o por exceso de conciencia, más bien creo que era una combinación de ambas y ahora lo agradezco.
Realmente siento que gracias a que mis papás ni en Navidad, ni casual me regalaban objetos caros, ahora no siento que nada me haga falta. Por supuesto que me gusta comprar cosas, como a cualquiera, pero de eso a sentir el impulso de gastar más de lo que puedo pagar, jamás.
Otra lección que me dejó la Navidad fue que siempre será mejor compartir. Si recibes algo tú puedes ser la más feliz del mundo, pero si la compartes alguien más se sentirá tan feliz como te sientes tú. O tal vez no, pero me gusta pensar que sí. En mi casa juntábamos los juguetes de los tres y era genial.
Y algo que les agradezco a mis papás infinitamente, es que nunca se hayan dejado llevar por mis caprichos o de mis hermanos, porque seguramente aprovecharon el dinero en algo mucho más valioso, que regalos costosos de los que ya no me quedaría ni el recuerdo.