13 versos de Rosario Castellanos que te van a sacudir el corazón

Mucho se ha dicho de la escritora Rosario castellanos, a quien recordamosen su aniversario luctuoso número 44.

 

Castellanos nació en la Ciudad de México un 25 de mayo de 1925 y falleció el 7 de agosto de 1974 en Tel Aviv, Israel, en donde le tocó vivir y ser testigo de uno de los dramas más grandes en la historia israelí: el de la Guerra de Kippur en 1973.

 

Se le ha descrito como una mujer inteligente, que amaba las letras, la lectura, la política, la pintura, pero, sobre todo, se le ha descrito como un personaje que se preocupaba por transmitir su sabiduría.

 

Se le ha catalogado como una de las poetas más importantes del siglo XX y pionera del feminismo en México.

 



 

Para conmemorar su vida y obra, recordamos algunos de los versos más hermosos que escribió:

 

Para el amor no hay cielo, amor, sólo este día.
 

Matamos lo que amamos. Lo demás no ha estado vivo nunca.
 

Heme aquí suspirando como el que ama y se acuerda y está lejos.
 

Éramos el abrazo de amor en que se unían el cielo con la tierra.
 

No son nube ni flor los que enamoran; eres tú, corazón, triste o dichoso.
 

No son nube ni flor los que enamoran; eres tú, corazón, triste o dichoso
 

En mi aridez, aquí, llevo la marca de su pie sin regreso.
 

Feliz de ser quien soy, sólo una gran mirada: ojos de par en par y manos despojadas.
 

Bajo tu tacto tiemblo como un arco en tensión palpitante de flechas y de agudos silbidos inminentes.
 

No te acerques a mí, hombre que haces el mundo, déjame, no es preciso que me mates. Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren de algo peor que vergüenza. Yo muero de mirarte y no entender.
 

No es que el poeta busque la soledad, es que la encuentra. 
 

El matrimonio es el ayuntamiento de dos bestias carnívoras de especie diferente que, de pronto, se hallan encerradas en la misma jaula. Se rasguñan, se mordisquean, se devoran, por conquistar un milimetro más de la mitad de la cama que les corresponde, un gramo más de la ración destinada a cada uno. Y no porque importa la cama ni la ración. Lo que importa es reducir al otro a la esclavitud. Aniquilarlo.
 

¿Qué se hace a la hora de morir? ¿Se vuelve la cara a la pared? ¿Se agarra por los hombros al que está cerca y oye? ¿Se echa uno a correr, como el que tiene las ropas incendiadas, para alcanzar el fin?
 

 

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